jueves, 20 de diciembre de 2007

La Sihuanaba en Solidaridad.

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Cuenta la leyenda que la Sihuanaba no se escondió con la llegada de la civilización. Mas bien, aprendió a maquillarse y convivir con los contemporáneos, a reirse de los pronósticos del tiempo y a carcajearse de los adivinadores del futuro.

La Sihuanaba fue testigo que un movimiento de tierra fue el que le salvó la vida a Pedro de Alvarado, porque la flecha que el bravo indio pipil le disparara al corazón, pegó en la pierna del español cuando la tierra levantó el caballo que montaba el invasor.

Supo la Sihuanaba que Diego de Holguín rogó a los cielos para que cuando al darle el nombre de Ciudad de San Salvador al Valle de las Hamacas, esa tierra no se meciera jamás. -- "Ah! baboso" -- dijo ella, -- "No se ha dado cuenta que la tierra esta viva, y que un día los horcones se van a quebrar".

La Sihuanaba mira con disimulo como la ciencia ha llegado hasta donde está. En Joyas de Cerén encontraron la mesa servida y lo proclamaron como patrimonio de la Humanidad. Ahora en Las Colinas, cientos de años después, quedaron más mesas servidas como contribución a la arqueología nacional.

La Sihuanaba que es eterna sabe que hace muchos años la tierra se comenzó a rajar. Ella sabe que vivimos en una foto que dura un par de años nada más. Ella sabe que los horcones que sostienen la hamaca un día se van a quebrar y que la tierra, como siempre lo ha hecho, se rajará aun más.

La Sihuanaba que es inmortal ha visto el futuro y no ha visto el Valle de las Hamacas por ningún lugar. En esto del movimiento de los continentes y en el deshielo que están sufriendo los glaciares, nuestro pedacito de tierra, naufragó en alta mar.

La Sihuanaba tan llena de amor nos llama a pensar que todos somos hermanos y que en esto del dolor y del sufrimiento que provocará la destrucción del medio ambiente no hay fronteras que limiten las muestras de solidaridad. Hermanos todos, mezcla de indios con españoles y de otras razas que deambularon al azar, hoy es el día en que nos tenemos que abrazar en ese gesto humanitario que enmudece el grito, que entibia el frío, que seca las lágrimas, y que se cuela por entre las ramas de los árboles que cada día están más tristes porque se acaba el oxígeno para respirar.


dago.

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