martes, 18 de diciembre de 2007

El Valle de Las Hamacas.

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El Salvador está asentado en el centro del Istmo Centroamericano que une a dos grandes masas de tierras: Norte América y Sur América. Somos como el ombligo del continente americano, por ende no sufrimos directamente la penetración de las placas tectónicas en la zona de subducción al sur de nuestras costas, pero nos llegan los escalofríos del orgasmo. Tierra sexual.

Nuestra superficie está marcada por una serie de volcanes, tetas tiradas a lo largo de nuestra geografía cuyos pezones son acariciados por nubes que se deslizan sobre nuestro cielo. Tierra sensual.

Exuberante geografía manchada por lagos emboscados por cerros, lacerada por ríos caprichosos y maliciosos en su andar, playas atrincheradas para defendernos de la furia del mar. Y escondidos en sus bosques, cientos de aves que vuelan clandestinos ante la presencia del hombre por temor a correr la misma suerte que corrieron los mamíferos cuando se desató la cazería colonial. Fauna fugaz.

Asi es nuestra tierra. Una tierra que peca de día y de noche, y que pare más hombres y mujeres por granos de maíz que cualquier otro país de la América Central. Ese derroche de amor, expresión carnal de la necesidad humana de ser amo y esclavo, de ser bestia y ángel, de ser conquistador y conquistado es nuestro aporte a la humanidad y nuestro acceso a la celebridad. Tierra teatral.

Aquí no tiembla, son señales de una profecía pintada en el más alla. Sabemos de donde venimos, hacia donde vamos y lo queremos ignorar. Aquí no tiembla, son orgasmos de la tierra que es violada por el mar o cicatrices viejas que súbitamente se abren de par en par. Esta tierra no existe, es un sueño nada más. Tierra fugaz.


dago.

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